Laísmo y compañía (o por qué necesitamos correctores)

Qué bonito es el laísmo. Y el leísmo. Y el menos frecuente, pero igual de chirriante, loísmo. Qué bonitos estos pronombres. Ole, ole y ole. Y qué difícil utilizarlos correctamente, ¿eh? Cuidado, que hablo en serio. Como correctora que ejerce como tal me paso la vida peleando contra mis propios demonios. Pero me paro a pensar y, normalmente, acierto. Y si no, acierto también. Porque no me puedo permitir fallos. O no los demasiado gordos, que todos somos humanos. Bueno, vamos con el asunto de marras.

Cecilia: contigo empezó todo

Bueno, no; ni muchísimo menos. Pero esa revisitación de la ya mítica frase de Piqué me venía como anillo al dedo para colar una maravillosa canción con su poquito de laísmo. Sí: seguro que muchos de vosotros conocéis Un ramito de violetas. La versión original, la de Cecilia, tiene un estribillo muy «la, la, la» (nada que ver con Massiel que, como buena madrileña, seguro que también se le habrá escapado algún laísmo).

Periodismo mío, qué nos estás haciendo

Ahora, me pongo el traje de periodista. La prensa debería ser garante del buen uso del lenguaje. Es así. No podemos escudarnos en las prisas por publicar una noticia. Ni en que la gente no repara en las faltas de ortografía o en las incorrecciones del lenguaje. Primero: no es así. Nos damos cuenta. Muchos. No solo yo, que tengo una especie de detector de fallos. Mucha gente los nota. Más en una era dominada por la difusión de cualquier error en las redes sociales. Todos estamos expuestos a ello, pero un medio de comunicación debería de ser particularmente exquisito en este sentido.

Laísmo, ¿quizá el gran mal?

Cuidado. No digo que, de los tres malos usos de los pronombres, este sea el peor. Pero sucede que gran parte de los medios de comunicación se concentran (todavía) en la capital de España. Y, en consecuencia, una buena parte de sus profesionales son o se han criado en Madrid. Por tanto, los profesionales de las distintas redacciones muestran una mayor laxitud en la corrección del laísmo que, como muchos sabréis, se da especialmente en la zona centro del país.

El leísmo también tiene sus fans

Parece como si al leísmo le hubiéramos dado carta blanca, como si sonara «un poquito menos mal» que el laísmo. Pero no. Cierto es que hay formas de leísmo permitidas y aceptadas por nuestra Real Academia de la Lengua, pero ese «le» usado en el lugar en que debería ir el pronombre «la» chirría que da gusto. Si en el caso del laísmo os he puesto a Cecilia, tenemos a otros grandes de la música representando el leísmo: Mocedades en Le llamaban loca (sí, la cosa viene desde el título ya). Escuchen, escuchen. Y no es por excusarlos, pero este leísmo se da con especial frecuencia en la zona norte (País Vasco y Navarra, por ejemplo). Pero cuidado: eso no quiere decir que no haya leístas en el resto del país. Y otro apunte: estas confusiones tienen un porqué.

El porqué de estos líos

Sin profundizar mucho, porque el objetivo de este post no es un sesudo tratado de filología hispánica, tiene que ver con la evolución del lenguaje. En el proceso de evolución del latín vulgar a nuestro castellano, algunas funciones del latín, como el acusativo o el dativo se vieron alteradas. De ahí que en algunas zonas —se salvan Andalucía y las islas Canarias, por ejemplo— se tienda a confundir el pronombre.

Sí: hay medios laístas

Precisamente por la misma razón que he indicado antes. He encontrado, sin buscar mucho y con una diferencia de pocos días, dos artículos en cierto diario digital de reciente aparición en los que el laísmo es incontestable. Extraigo las frases: «[La actriz] lamenta que en España no la ofrezcan papeles». Este hallazgo es mérito de @blanchrt. Otros: «La hizo quedarse en ropa interior, la puso orejas de gato […]. La espetó que ahora sería un animal». Juro que te saca de la lectura semejante cúmulo de despropósitos.

Sin excusas: debemos escribir (y hablar) bien

Como decía al comienzo de este artículo, tengo que pararme a pensar sobre el uso correcto del «la» en particular. Soy madrileña y lo llevo escuchando media vida por la calle, a mi círculo más cercano, a mis compañeros de trabajo. El habla de la calle no es igual que el habla culta que ha de utilizarse a la hora de dirigirse a los lectores (o espectadores, u oyentes). Pero evito caer en el laísmo. Se puede y se debe corregir. Y me refiero en especial a los profesionales de la palabra.

Un par de trucos para evitar (bastantes veces) la confusión

«¿Puedo evitar el laísmo? ¿Y el leísmo? ¡Por favor, sácame de este sinvivir!». Venga, va. No es garantía de éxito, pero aquí van un par de trucos que os pueden ayudar a escapar a menudo de esta rémora de nuestro lenguaje:

Primero: saber cuándo es «la» o «lo» y cuándo es «le»

Antes hablaba de acusativos y dativos. O, como los conocemos normalmente, de objetos directos e indirectos. O complementos directos e indirectos. Un breve repaso a cuando íbamos a quinto curso:

  1. El complemento directo es aquel sobre el que recae la acción del verbo: «Compré guisantes». Si le preguntas al verbo —¿qué compré?—, la respuesta es «guisantes». Luego el complemento directo son esas bolitas verdes que gustan más o menos en función de tus preferencias culinarias. Podríamos decir perfectamente «los compré».
  2. El complemento indirecto es el que recibe el beneficio o el perjuicio de la acción. «Luis quiere a Juan». Juan recibe el beneficio de ese amor. O el perjuicio, si no puede ni ver a Luis, que todo puede ser.

¿Nos ha quedado clara la diferencia? Pues vamos con los truquis.

Cámbiale el género

Ojo, que no estamos hablando de reasignación de sexo ni quiero yo que os metáis a cirujanos los que no ejercéis como tales. Simplemente os digo que, cuando dudéis (y dudar es buenísimo, os lo dice una experta en dudar), hagáis el siguiente truco: cambiad de masculino a femenino o viceversa. Si la versión opuesta os suena rara, es mucho más que probable que nos estemos columpiando.

Un ejemplo muy habitual en Madrid: «La dije que no viniera».

Si pasas el pronombre a masculino —«lo dije que no viniera»—, ¿no suena fatal? Pues ahí tienes el laísmo. Táchalo de tu lista. Vétalo. Nunca más un «la dije». Y quien dice «decir», dice cualquier verbo de los llamados de habla: «chillar», «explicar», «rogar», etcétera.

Pasa la frase a pasiva

Si la anterior explicación no te convence, cambia la oración a pasiva. Quedará una cosa muy redicha, pero si mantiene el sentido de la anterior frase, lo hemos hecho bien. Si no, hay que repetir. Lo explico con un ejemplo práctico:

«Amalia le regaló un cubo de palomitas a su hija».

En pasiva, la frase quedaría así:

«Un cubo de palomitas fue regalado por Amalia a su hija».

Lo que comentaba. Queda insufrible, pero conserva el sentido. Luego ese «le» es correcto. Así que aprovecho para recordar: no es «la regaló». A no ser que Amalia estuviera regalando a su hija, que no sería laísmo, pero sí un delito muy grave.

Leísmos aceptados

En todo este lío hay una excepción: el leísmo que la RAE ve con buenos ojos. En el caso del pronombre masculino «lo», y siempre que se refiera a una persona, el «le» está aceptado. Puedo decir «le quiero» si me refiero a un hombre (o a un niño), pero no si me refiero, por ejemplo, a un sofá.

Bueno, amigos. Espero haber ayudado un poquito a detectar errores. Y, si no me he explicado con claridad, he aquí un vídeo de @queridoantonio (sí, el que hace los vídeos manipulados para El intermedio) que lo cuenta mucho mejor que yo.

2018-02-16T19:07:58+01:00 16/02/2018|Sin categoría|Sin comentarios

Deje su comentario

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies. Para mayor información, lea nuestro Aviso Legal

. ACEPTAR
Aviso de cookies