De comas y psicópatas

El pasado 23 de abril —Día del Libro, para más inri— la periodista Cristina Seguí, impelida por el ansia de contestar a un rival ideológico, cometió un desliz en Twitter que dio para jugosos comentarios. El tuit en cuestión, acompañado por un enlace a Ok Diario de la intervención de Pablo Iglesias dirigiéndose a los niños, decía lo siguiente:

No te comas la coma.

Unos minutos de estupor

Obviamente, Cristina borró enseguida el tuit y lo escribió como corresponde según su criterio: ella pretendía llamar psicópata a Pablo Iglesias, no a su hijo. Pero durante unos minutos temimos por la vida del vicepresidente tercero del Gobierno: ¿había riesgo de agresión por parte de un crío que, en ese momento, como mucho estaría harto del confinamiento? Con toda seguridad, no. ¡Pobre chaval! Por otra parte, y aunque esto se sale de lo que vengo a explicar, que es el uso de la coma vocativa, me cuesta encontrar la relación entre las palabras de Iglesias y su intención de poner la mano encima a ningún niño que no sea alguno de los suyos. Pero ese es otro tema que está en la cabeza de esta periodista; sin duda, mucho más presente que las comas.

Respira antes de darle a ‘enviar’

El uso de las redes sociales, el querer correr para informar de algo o para injuriar, como es el caso, provoca este tipo de divertidos deslices que, por mor precisamente de dicho uso, ven magnificado el error. Hoy ya no son los periodistas los que nos cuentan algo. Ya no somos simples receptores de noticias o de bulos: ahora, todos somos emisores y receptores. El antiguo sistema de comunicación, el que nos enseñaron en el colegio y nos machacaron en la facultad a quienes estudiamos Periodismo, se marchó para siempre. Por eso, si Cristina Seguí o quien sea mete la pata, va a tener de inmediato una enorme difusión. ¿Qué quiero decir con esto? Que, en la medida de lo posible, tenemos que darnos un minuto antes de responder. También antes de difundir bulos, por cierto, que es algo que intoxica la información mucho más perniciosamente de lo que creemos.

Pero volvamos al caso vocativo. Ya lo encontrábamos en aquellas densas traducciones del latín cuando lo estudiábamos (los que lo estudiamos): recuerdo aquellas admoniciones de Cicerón en las Catilinarias («¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina?»), aquellas exhortaciones de políticos y filósofos de la época que sonaban en mi cabeza casi como dogmas de fe. Es cierto que entre Cicerón y Cristina Seguí media un mundo, también en distancia temporal; pero si lo simplificamos, Cicerón le tenía a Catilina un aprecio similar al que la periodista de Ok Diario siente por el vicepresidente tercero del Gobierno. Quizá la gran diferencia es que Cicerón no tenía Twitter y se podía permitir todo el tiempo del mundo para pulir sus discursos. Quizá.

¿Coma insultativa?

Como bien dice @bensonsenora, quizá deberíamos distinguir entre coma vocativa y coma insultativa; es decir, entre la coma que usamos para dirigirnos de buen rollito al interlocutor y la que se emplea para agredirlo verbalmente.

Cuando tiene razón, tiene razón.

En cualquier caso, aunque la usemos para insultar, hay que ponerla o el insulto volverá a ti cual bumerán.

De la ortografía mejor no hablo.

Este usuario, que tiene toda la pinta de ser una cuenta parodia, no ha hecho sino replicar lo que muchos hacen a diario involuntariamente: si nos comemos la coma vocativa, la colleja nos golpea a nosotros.

La coma del vocativo no debe desaparecer, queridos míos (sí, lo he hecho adrede). Cuando queramos dirigirnos a nuestro interlocutor sin intermediarios, bien sea para llamar su atención, bien para llamarlo psicópata, hemos de hacerlo con su coma bien presente. Hay muchos tipos de comas y las iremos viendo en sucesivos artículos, pero hoy me apetecía hablar de esta. Porque un signo tan humilde puede hacer que, en lugar de insultar a tu rival, tu vástago tenga todas las trazas de protagonizar una secuela de Viernes 13.

2020-05-08T12:22:01+02:00 08/05/2020|Sin categoría|Sin comentarios

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